ANTONIO ANSUÁTEGUI Los cien últimos días de Berlín Edición de José Luis García Martín Renacimiento. Espuela de plata. Sevilla, 2016 |
Si
Antonio Ansuátegui hubiera vivido en nuestro tiempo, hubiera contado en las redes
sociales su estremecedor testimonio. Pero lo vivió entre 1944 y 1945. Era un
estudiante de ingeniería, sin preparación ni convicción para convertirse en reportero,
y sin embargo, cuando los amigos insistieron en que escribiese su experiencia,
se aplicó a la tarea como el más eficiente cronista de guerra. Había estado en
Berlín para ampliar sus estudios y el declive del ejército nazi le sorprendió
enamorado de la hija de uno de sus profesores. Esa fue la razón por la que
decidió no abandonar el país, cuya capital estaba empezando a sufrir
demoledores bombardeos. Aceptó seguir estudiando en Breslau, una ciudad más
cercana al peligro ruso. Pero eso no lo sabía cuando se bajó en la estación.
Entonces le pareció una ciudad tranquila. La guerra fue convirtiendo de un día
para otro cada paraíso en un nuevo infierno. Después escapó a Dresden y a
Leipzig y aún logró volver a una Berlín ya convertida en un horno de ruinas que
seguían demoliendo los bombarderos aliados. Cada uno de estos episodios
constituye una pequeña odisea que Ansuátegui pudo contar porque debía ser muy
hábil en las relaciones sociales y le acompañó la suerte. Nos cuenta con apabullante
naturalidad, casi ingenua, lo que comentaban los alemanes de a pie cuando aún se
creían dueños del mundo y cuando el mundo empezó a tragárselos. Reproduce
chistes que circulaban de boca en boca sobre el pragmatismo sádico del Führer,
sobre el delirio de Göring por los uniformes, sobre la impopularidad de
Himmler, Ribbentrop y Rosenberg. También sobre el carácter mentiroso de
Goebbels, al que sin embargo adoraban. Y esto es lo más estremecedor. Cuenta
Ansuátegui que en los momentos previos a la caída de Berlín, cercados y sin
escapatoria, «el Ministro de Propaganda logró que el pueblo alemán no solo no
temiera este ataque sino que lo deseara e incluso se impacientara por el
retraso en producirse». Si Goebbels podía manipular los ánimos hasta esos
límites con los medios de entonces, qué no podrán manipular para adueñarse del
poder en supuestas democracias Berlusconi, Putin, Trump u otros individuos tan
cercanos que solo alcanzamos a verlos borrosos. «Creo que solo la historia
podrá dar con el tiempo un juicio desapasionado sobre las cosas y yo me limito
a reproducir cuadros y escenas por mí vividas», asume Ansuátegui, que
sobrevivió a la guerra mundial y sin embargo desapareció del mapa en la pax
española, después de alabar a su artífice en el último párrafo del libro.
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